Antonio Amate, Secretario General de la Federación de Enseñanza de USO
Antonio Amate |
Es tradicional que cualquier aparición pública de un hecho religioso suscite una polémica muy acalorada entre sus detractores, habitualmente autoadornados con las condecoraciones de la modernidad, de la democracia, del cientifismo y del poder soberano de los ciudadanos. No faltan voceros desde todas las tribunas políticas, culturales o sindicales, escandalizados porque en un Estado moderno existan organizaciones con más de dos mil años de historia que pretendan tener algo que decir todavía hoy sobre las personas y sobre el significado de la realidad.
He leído con detenimiento ese currículo de la asignatura de Religión y he tenido la fortuna de poder compararlo con el libro de catequesis para la Primera Comunión que usa uno de mis hijos. Ambos parten de perspectivas claramente diferenciadas, pues mientras el segundo es un manual para conocer y practicar el cristianismo, lo que hay en el BOE es principalmente una recopilación muy básica para explicar en qué consiste el hecho cristiano y si tiene algo que decir hoy sobre las grandes cuestiones que siempre han retado y preocupado a la humanidad. De acuerdo, estos contenidos son una hipótesis más sobre lo real, pero es tan respetable como cualquier otra, y con el mismo respeto aún más si cabe hacia las personas que pensamos -no sólo creemos- a partir de ella.
Es inevitable recordar que la asignatura de Religión es voluntaria para el alumnado, y que casi el 65% de las familias siguen eligiéndola año tras año. Y también, que si se imparte en un centro de enseñanza reglada tiene que ser una asignatura de verdad, como todas las demás, también evaluable, construida e impartida con rigor, porque a la escuela no se va a perder el tiempo, que no es lo que precisamente sobra en el sobrecargado horario de nuestros alumnos.
El profesorado que imparte esta asignatura en los centros públicos ha experimentado una gran mejora en su cualificación y en su preparación, también en su situación profesional a pesar de los agravios laborales que ha venido padeciendo y que, tras un largo y tenaz proceso negociador y judicial en el que USO ha sido protagonista, va consiguiendo equipararse al de los demás compañeros de sus claustros. Y que si bien es cierto que su acceso a la docencia es diferente, no es menos cierto que se juegan clase a clase el mantenimiento de su puesto de trabajo, que en su caso está supeditado año tras año al número de familias que eligen voluntariamente la asignatura de religión.
De lo publicado en el BOE selecciono por su interés dos párrafos: “El artículo 24 del Real Decreto 1105/2014, establece que el Bachillerato tiene la finalidad de proporcionar al alumnado formación, madurez intelectual y humana, conocimientos y habilidades que le permita desarrollar funciones sociales e incorporarse a la vida activa con responsabilidad y competencia. A dichos logros puede contribuir de manera satisfactoria la enseñanza de la religión, facilitando el desarrollo del juicio crítico, enseñando a observar y analizar la realidad con respeto, en claves de libertad, responsabilidad, verdad y apertura a la cuestión del sentido”.
“La enseñanza de la religión católica en la escuela responde a la necesidad de respetar y tener en cuenta el conjunto de valores y significados en los que la persona ha nacido como hipótesis explicativa de la realidad y que se denomina tradición”.
De este modo se establece en el preámbulo del currículo de Bachillerato y de Primaria la posición inicial sobre la que se construye todo el currículo. ¿Hay algo de extravagante en ello? Cada asignatura tiene un vocabulario que le es propio, su propia etimología. Nadie se escandaliza si en una clase de arte se habla de arcos, dinteles o girolas. ¿Pero ocurre lo mismo si se utilizan términos como resurrección, milagro, Biblia o Jesucristo en la asignatura de Religión?
Las objeciones más comunes contra la religión interpretan una historia real con más de dos mil años de antigüedad en la que ha habido de todo, héroes y villanos, y sin lugar a dudas muchos más de los primeros. Pero la posición de los cristianos en la sociedad civil del siglo XXI no tiene nada que envidiar a la que puedan tener otros colectivos, con una integración plena y comprometida en la vida democrática, en la economía, en la cultura moderna, con una contribución inigualable en la lucha contra las desigualdades y en la promoción de los más desfavorecidos y excluidos desde la más absoluta gratuidad.
Lo que resulta anacrónico son las declaraciones fantasmagóricas de algunos personajes públicos que parecen atrapados en el pasado, que confunden aconfesionalidad con laicidad, dogmáticos en sus planteamientos, atrincherados en argumentos completamente descontextualizados y apolillados, invocando a Darwin o al último neurocientífico de moda. Son siempre polémicos temas culturales con un profundo contenido ético. Debatir y rivalizar respetando las reglas del juego democrático para ser una mayoría social permite entrar en el tablero de juego a todos los ciudadanos, entre los cuales, quienes profesan el cristianismo como religión hoy, en nuestro estado de derecho son afortunadamente unos más.
En trece estados de la Unión Europea la Religión es obligatoria. España es uno de los otros catorce en los que es voluntaria. Todos los estados europeos financian la asignatura de Religión. Como el propio José Antonio Marina afirma en El Confidencial Digital del día 3 de marzo, (el preámbulo) presenta la experiencia religiosa y, en concreto, la católica, como un modo de interpretar la realidad, de acuerdo con la experiencia de la humanidad. Esta me parece una propuesta humilde, completamente negada por el currículo, que puede admitirse sensatamente.
No comparto esa nombrada incoherencia entre el preámbulo y lo que viene después, pero entiendo mejor el debate en estos términos no excluyentes. En USO siempre hemos defendido la presencia de la asignatura de Religión en la escuela pública ajustándonos al mandato constitucional del artículo 27.3 También la dignidad de la asignatura con respecto a un crédito horario no ridículo (45 minutos o incluso 30 minutos), y la dignificación laboral del profesorado que la imparte en condiciones de heroicidad en algunos casos.
Diario de Navarra, 09-03-2015
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