José Rosado Ruiz
Médico acreditado en adicciones
El conseguir éxito, poder, fama y bienestar, son valores referenciales de una sociedad que se encuentra significativamente condicionada por un consumismo aliado del hedonismo y que, fortaleciendo la permisividad identificada interesadamente con la tolerancia, origina un relativismo que diluye normas, obligaciones y deberes, y justifica la filosofía de vida en la que se normaliza la indiferencia y el obrar según lo que a cada uno le apetezca: el libre albedrío, fuente permanente de conflictos, asume un perverso protagonismo.
En este contexto, las perspectivas de conseguir de manera rápida y cómoda una experiencia placentera, argumenta de forma rotunda el consumo de drogas, pues al provocar un estado de conciencia gratificante, explica su repetición, y como nadie abandona algo que le produce placer, el proceso progresa hasta que los problemas superan ampliamente a las alegrías. La necrópolis neuronal provocada por la droga, facilita un despiste existencial que provoca una respuesta nihilista; la persona pierde ilusiones y esperanzas, y esa neurosis del vacío minimiza gravemente incluso el impulso primario de autoconservación. Y es que la existencia posee un mecanismo íntimo que le es peculiar: tiende a expandirse, expresarse y a ser vivida. Si esta tendencia se frustra, la energía enraizada hacia la vida, sufre un proceso de descomposición y se muda en una fuerza dirigida hacia la destrucción. Los impulsos de vida y de destrucción, poseen una secuencia característica: cuanto más impulso vital se ve frustrado, tanto más fuerte resulta el que se dirige a la destrucción: cuanto más plenamente se realiza la vida, tanto menor es la fuerza de la destructividad. ¿Qué hacer ante este enfermo?
El aguilucho caído del nido, fue recogido y criado en un corral, y cuando un águila lo sobrevolaba, no entendía por qué las gallinas se alborotaban y huían con terror, pues a él le embargaba una intensa emoción de alegría, y el irresistible impulso a volar ocupaba todos deseos. Si el granjero le hubiera informado que era un águila, hubiera podido hacer realidad sus sueños y volar, pues sólo tenía que activar las capacidades que tenía en potencia.
Las creencias constituyen el soporte existencial esencial y común de la humanidad y desde donde se fundamenta el desarrollo integral de toda persona para conseguir niveles óptimos de salud, bienestar y felicidad, que es el objetivo principal de todo gobierno. Para esta meta, los gobernados deben ser informados de los medios que existen para conseguirla, pues no se utiliza lo que no se conoce, y la religión se presenta como el instrumento más selectivo para hacer llegar esa información.
En nuestro país la enseñanza de la religión es un derecho constitucional, por lo que no se encuentra sujeta a debates, pactos o recortes, sino a su obligado y adecuado cumplimiento: es un bien común y necesario y aporta argumentos para despertar el águila y poder volar en unas dimensiones que constituyen la realidad más real del ser humano y en la que puede encontrar respuestas y soluciones a las inquietudes de infinitud y trascendencia: al menos esto es lo que comparte secularmente toda la humanidad.
Ante la interrogante anterior de qué hacer ante la situación del enfermo que necesita ayuda y que vive en un especial desamparo existencial, es necesario contemplar no sólo la enfermedad sino de manera preferente a la persona que sufre, valorando el mundo de sus creencias, que deben ser potenciadas, activadas y desarrolladas, como un remedio asociado a todo tratamiento, porque si no se conocen esos espacios interiores desde donde surgen deseos específicos de infinitud, la persona se irá asfixiando lentamente en su propia finitud. Así, la religión se considera un remedio singular, pues al ofrecer sentido y fundamento de vida, consolida las motivaciones para iniciar un viaje de exploración interior que se le presenta con un panorama repleto de esperanzas y con garantías para desarrollar un consolidado proyecto existencial.
Sucede a veces, que ese enfermo que todo lo ve negro, en su desolación y angustia, clamando y pidiendo ayuda a la esperanza, sopla en los rescoldos de su espíritu y, anclados como todos estamos siempre a la infancia por un hilo, se le encienden llamas que iluminan y hacen presentes tiempos añorados relacionados con devociones, fiestas, rezos, procesiones, bautizos, primeras comuniones y prácticas piadosas familiares, que de manera indeleble se encuentran grabados en el hondón de su ser y que dejaron vestigios de una inefable felicidad… El volar sobre un escenario en el que se desarrolla la historia más importante del ser humano, ofrece auténticas y grandes posibilidades de un despertar que le haga descubrir ese algo divino que singulariza a todo ser humano.
Es un grave error ¿ignorancia? del gobernante no facilitar, promover y animar de manera directa la enseñanza de la religión, pues por ser un fármaco universalmente indicado para toda clase de patología social, sanitaria, familiar e incluso política, es, en todos sus matices, una inversión rentable.
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